Un famoso equilibrista iba a dar un espectáculo caminando por una cuerda a cien metros de altura, aprovechando un salto de agua cerca del pueblo donde lo iba a hacer. Aunque en la mayor parte del tramo la caída iba a ser sobre agua, no se aseguraba su supervivencia. Sin ningún tipo de seguridad, comenzó su espectáculo con toda la gente del pueblo viéndolo.
El equilibrista llevaba una carretilla de obra con un saco dentro. Él y la carretilla caminaron lentamente y sin pausa por la cuerda hasta lograr cruzarla por completo. Todo el pueblo aplaudió enfervorecido ante tal espectáculo.
El alcalde fue a entrevistar personalmente al equilibrista.
- Disculpe. Ha sido magnífico. ¿Cómo hace usted para no tener miedo ahí arriba?
- Es sencillo. Tengo fe en que puedo conseguirlo.
- Vaya, qué profundo.
- ¿Puedo hacerle una pregunta yo ahora a usted?
- Por supuesto.
- ¿Me ve usted capaz de cruzar otra vez la cuerda?
- Por supuesto.
- Pues lo voy a volver a hacer, pero esta vez se va a subir usted en la carretilla.
El alcalde palideció. Intentó pensar alguna excusa pero estaba atrapado. Había dicho que sí iba a ser capaz, con lo que cayó en la trampa del equilibrista.
Una vez en lo alto de nuevo, el alcalde saludó con un gesto a todo su pueblo. Su expresión estaba disfrazada con una sonrisa, porque en realidad tenía miedo. Sus piernas temblaban considerablemente.
Una vez subido en la carretilla, cerró los ojos. El equilibrista comenzó a realizar el mismo trayecto que hizo hace unos minutos. Sin embargo, se detuvo a medio camino en equilibrio.
- ¿Por qué duda?
- ¿No es obvio? ¡Puede caer conmigo!
- Dijo que yo iba a ser capaz de cruzar de nuevo.
- Sí, pero eso era una suposición mía. ¡Ahora veo que estoy en peligro!
- Usted no tiene fe suficiente. Seguro que se encargó a cirujanos con mayor tranquilidad sobre su supervicencia que en su situación actual.
El alcalde enmudeció e hizo un gesto con la mano para que continuase el camino por la cuerda. El equilibrista estaba a punto de terminar cuando hizo un ademán de perder el equilibrio. El alcalde ni se inmutó. Finalmente, pudo restablecerse y completar el recorrido.
- Debo darle las gracias. Usted me ha hecho ver que si confiaba de verdad y tenía fe, no me sentiría tan indefenso ante las consecuencias. Estaba seguro de que podía hacerlo, y lo hizo.
- ¿Y si hubiera fallado?
- Me habría ahorrado el mal momento que pasé la primera mitad del trayecto. Porque me convencí a mí mismo de que usted podía hacerlo.
- Me alegro de que usted sea una persona razonable, alcalde.
- Gracias de nuevo.
Aunque la verdadera historia llega hasta la mitad, cuando el equilibrista le propone al alcalde subirse a la carretilla, la he ampliado para mí mismo. Para tener fe y convencerme de que puedo superar las adversidades contra las que me enfrento actualmente. Debería estar estudiando en lugar de escribir esto, pero no me importa. Creo que lo necesitaba. Unas palabras que me hagan ver que aún tengo algo que hacer, aunque no tenga la certeza de que sean verdaderas e incluso sean mías propias, me motivan a pensar que aún puedo sacarle partido a mi futuro.
Y sí, esperad más subidas como estas todos los domingos. No sobre historias como la que os he contado, sino reflexiones propias. Es lo que tienen los estudios, que te hacen reflexionar.
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