- ¡¡NO!!
Susana salió de la sala gritando eso. El hombre de la barba miró hacia ella un instante. La pistola temblaba.
- ¡Puedo hacer cualquier cosa por usted, pero no dispare!
"Eres tonta, Susana."
Eso pensó Diana en cuanto dijo esas palabras.
- Suena tentador el trato.
El hombre barbudo se acercaba peligrosamente a Susana. Fue en ese entonces cuando se abrió la puerta del salón de un portazo.
- ¡Esto es la leche! ¡Cómo se lo monta esta gente!
- ¡Ostias, una mesa de póquer profesional!
- Oye, esa no es...
El hombre armado se gira a ver el panorama. Un grupo de jóvenes habían entrado como si nada. En ese momento, el hombre desconocido apareció en escena armado con una silla y golpeó fuertemente la cabeza del hombre barbudo. Quedó inconsciente al momento.
Susana estaba en shock. Diana continuaba levantada junto a su asiento de la mesa. Los jóvenes estaban alucinando.
- ¡Esta es la chica que nos encontramos en el centro, tío!
- ¡No jodas! ¡Es verdad!
- Pero tiene más...
- Calla - Ordenó Diana al joven, interrumpiendo su frase.
- Chavales, llamad a una ambulancia. Este hombre no se encuentra bien.
Ese día fue movido. Diana pudo calmar a Susana del susto, pero el interrogatorio fue exhaustivo por parte de la policía. El paradero del hombre desconocido es ahora aún más desconocido.
Marcus fue rescatado por la misma policía, que fue alertada del secuestro un par de días antes de la partida de póquer. Así que el dinero que habían ganado las jóvenes no tuvo utilidad hasta varios días más tarde.
El borde de una pequeña fuente de piedra era el lugar donde se reunían las dos para hablar de las cosas importantes o privadas. El agua caía lentamente de una plataforma a otra más baja, creando un sonido continuo y relajante. Susana empezó la conversación.
- ¿Qué hacemos ahora con el dinero? Marcus ya está bien, así que lo que hemos hecho no ha servido para abolutamente nada.
- Mejor nos lo guardamos, ¿no? Ya que hemos sufrido para conseguirlo, no lo vamos a tirar.
- ¡Es muchísimo!
Diana suspiró.
- Oye, Diana... Tengo una pregunta que hacerte desde hace un tiempo...
- ¿Sí?
- ¿Cómo hiciste para parecer tan... Profesional en la partida?
- Te diste cuenta, ¿verdad?
Susana asintió. Diana bajó la mirada y volvió a mirar a su amiga.
- Yo te dije que mi madre estaba loca, ¿verdad?
- S-Sí... - Respondió Susana, cuya expresión se tornó bastante sombría.
- Pero no te dije sobre mi padre.
- Tampoco quise preguntarte.
- Pues... Mi padre murió en un casino. En el tiroteo de hace siete años.
- Oh... Lo siento.
- Eso no es lo que tienes que decir, Susana.
- ¿Eh?
- Tú no tienes que decir "lo siento". No es tu culpa que haya tenido que morir.
Tras una breve pausa para pensar, Susana cambió su línea.
- Esas cosas pasan.
- Así me gusta más.
- ¡Eres fría como el hielo!
- Si no fuese así, dudo que hubiera podido aguantar perder a mis padres de esta manera.
- Debe de haber sido duro para tí...
- Me sentía sola. Como si todo el mundo caminara a mucha velocidad y yo no pudiera siquiera dar un paso, viendo todo pasar a mi alrededor. Pero entonces estabas tú ahí.
- ¿Yo?
- No te lo he dicho, pero... Tú me diste las fuerzas para seguir viviendo.
- Estás exagerando, Diana.
- No, esta vez lo digo muy en serio. Estuve viviendo por inercia el par de meses antes de conocerte. Ya había pensado en el suicidio.
- De verdad estás tan loca como tu madre.
Susana rió después de su comentario.
- No me esperaba esa reacción tuya.
- Es normal. Parece que has heredado todo de tus padres. Es gracioso.
- No entiendo por qué es gracioso.
- Déjalo. Juegas muy bien al póquer, ¿no?
Susana tenía parte de razón tras cambiar de tema. Diana se había involucrado en el mundo de los juegos de azar, como su padre.
- Aprendí de mi padre, seguro.
- Es raro que un padre le enseñe a su hija a jugar al póquer.
- No me enseñó. Simplemente yo soy mejor que él.
- ¿Hablas en serio?
- He ganado algunos torneos profesionales, Susana.
- No te creo.
- Pues lo he demostrado, ¿no?
Ambas rieron. Lo que había sido un día tenso, se convirtió en objeto de burla para las dos.
- Me pregunto dónde estará aquel hombre que nos ayudó.
- Graham está en Inglaterra. Lo conozco y siempre vuelve allí.
- ¿Lo conocías?
- Exacto. Es lo que tiene llevar una doble vida, que conoces a mucha gente.
- Yo creo que llevas más de dos vidas. ¡Deja de esconder tantos secretos!
- Si tú supieras mis secretos, te quedarías de piedra. Así que mejor no te los digo.
Acabaron riendo por cualquier comentario que hicieron después de una charla que no pudo ser seria, pese a que el tema lo merecía.
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