Este domingo no habrá una actualización en el blog, debido a la mudanza de dirección que he realizado. Esto significa que ahora este blog ya no tendrá más subidas, porque se pasarán a la siguiente dirección:
vivirdentrodeunvideojuego.blogspot.com.es
Así es. ¡Nos mudamos, lectores! Espero que sea más fácil de recordar este nombre que el de este blog. Nos vemos allí, en los Relatos de un PNJ.
Historietas de fantasía que escribo en mi tiempo libre. Los personajes: Edward Yolag, Lucas Tefd, Bart Chill, Gerald Paul, Edgar Eagler, Paulina Gao, Liza Carr, Gabriella, Mimi, Zac y Zerofrost son de mi invención y de mis compañeros. El resto de personajes descritos pertenecen o están basados en diferentes compañías.
sábado, 19 de marzo de 2016
domingo, 13 de marzo de 2016
Veneno de Venganza (Tributo a Darkest Dungeon #4)
(¿Qué sería de las series sin el relleno?)
Aisha no sobrevivió. Estuvo intentando recuperarse varios días, pero finalmente acabó por morir envenenada. Una de las noches no despertó. Precisamente la noche que murió, Cecil y Cornelia fueron a visitarla. Ya estaba dormida cuando llegaron, pero una muchacha muy parecida a ella los saludó con un gesto y con la mirada preguntó quiénes eran.
- Cecil Clerinell - susurró el médico.
- Cornelia.
La bárbara no habló. Simplemente velaba por Aisha, que dormía plácidamente. Cecil y Cornelia se marcharon, pues no podían hacer nada. En la puerta del Sanitario, se encontraron a un hombre envuelto en un manto verde oscuro. En cuanto se dio cuenta de la presencia de los dos, hizo una reverencia y los saludó desde la distancia.
- Buenas, señor y señora. ¿No tendrán ustedes la bondad de darme una moneda para pasar la noche bajo techo?
- No, lo siento - Contestó Cecil.
- Tenemos una oferta mejor para usted - Dijo Cornelia acercándose al hombre.
- No se acerque demasiado, si es posible. La lepra no se sabe lo que es capaz de hacer.
- Vamos a darte trabajo.
- ¿A mí? ¡Si soy leproso!
- Pero estoy segura de que vas a querer colaborar. ¿Quieres que este pueblo sea lo que fue antes del Día de la Oscuridad?
- Claro.
- ¡Entonces ya tenemos a un integrante más, Cecil!
- Le echas mucho entusiasmo, Cornelia...
El leproso no sabía lo que sucedía, pero veía en Cornelia un espíritu fuerte. Aceptó el trato de unirse al grupo cuando se lo explicaron detalladamente. Al fin y al cabo, iba a tener los gastos pagados.
- Cornelia, un equipo no se hace de ese modo...
- ¡Calla ya, Cecil! Yo sé lo que hago. Déjame hablar a mí y ya verás qué buen equipo tendremos.
Volvieron a la plaza y se dirigieron a la catedral, en lo alto del pueblo. La cuesta arriba era fatigante, pero Cecil quiso encontrarse con alguien allí. Casualmente, lo consiguió. Estaba Godfrey Falkirk, el caballero cruzado. El médico ya lo había conocido.
- ¿Un equipo para restaurar el Hamlet? Me encantaría. Sin embargo, debo consultarlo antes. Si vienes al atardecer del día siguiente, te daré una respuesta.
Cornelia suspiró y, junto al médico, volvieron a la plaza. Ya era entrada la noche y el único lugar que no descansa aparte del Sanitario es la taberna. Allí fueron a probar suerte.
El ambiente era bullicioso, pero no tanto como otras veces a horas un poco más tempranas. Sólo quedaban los verdaderos amantes de la cerveza y algunos viajeros. Cornelia miraba a todos los presentes con una mirada analítica. Cecil simplemente avisó con un gesto a Cornelia, para decirle que iba a tomar algo.
La monja encontró una espalda muy familiar. Se acercó y, cuando reconoció su cara, se alegró de verlo de nuevo.
- ¿Samuel? ¡Qué casualidad! ¿Qué tal?
- No muy bien, pero gracias por preguntar. ¿Quiénes sois?
- ¿Yo? ¡Cornelia! ¿No me recuerdas?
- ¡Ah, sí! No dijiste que tenías una hermana gemela.
- ¿Qué hermana?
- Tu hermana. Va contigo, está ahí.
- Anda que... Ya has bebido bastante. Vete a casa.
- Me tendré que terminar...
Cornelia agarró la jarra de cerveza de Samuel Dacre y se la bebió en un trago.
- Pues sí, me voy a ir a casa ya. Creo que veo alucinaciones. Imagínate que he visto a tu hermana beberse una jarra entera de un trago... Nada, nada. Buenas noches.
A Cornelia se le olvidó preguntarle a Dacre sobre el equipo que estaba formando. Tampoco iba a recibir una respuesta coherente, así que decidió dejarlo pasar. Cecil parecía encontrarse tranquilo, hasta que abrió mucho los ojos y salió corriendo hacia la puerta. Cornelia lo siguió.
- ¿¡Qué pasa Cecil!?
- ¡Aisha ha muerto!
- ¿¡Cómo!?
- ¡L-lo he notado, corre!
Clerinell y Cornelia llegaron tarde. La bárbara que velaba por ella estaba llorando sobre la cama de la envenenada. Ya se habían dado cuenta de que estaba muerta. Cornelia puso una mano sobre el hombro de la bárbara desconocida, que se movió bruscamente apartándola.
- ¿¡Quiénes son!?
- Cecil Clerinell. Hemos venido antes.
- ¿¡Y por qué vienen ahora de nuevo!?
- Nos hemos enterado de que Aisha ha muerto envenenada. Pero espere un segundo. ¿Quién es usted?
- Anya, su hermana pequeña...
Anya era muy parecida a Aisha, sólo que más pequeña. Seguía siendo una mujer, a su edad. Sin embargo, se la veía mucho más infantil que Aisha, según Clerinell la recordaba. Mientras lloraba desconsolada, Cecil se acercó y la susurró:
- Si quieres venganza, ven con nosotros y acabaremos con quienes mataron a tu hermana.
Anya se recompuso muy rápidamente. Había escuchado lo que estaba pensando: Vengarse. Le estaban ofreciendo la oportunidad y no la iba a desaprovechar. La pobre chica no sabía a lo que se enfrentaba, pero iba a por todas igualmente. Decidida, y una vez le explicaron lo de la formación del grupo, aceptó el desafío.
"¡Allá por donde pase, mi hacha cortará vuestras cabezas en nombre de mi hermana!" - Anya
Aisha no sobrevivió. Estuvo intentando recuperarse varios días, pero finalmente acabó por morir envenenada. Una de las noches no despertó. Precisamente la noche que murió, Cecil y Cornelia fueron a visitarla. Ya estaba dormida cuando llegaron, pero una muchacha muy parecida a ella los saludó con un gesto y con la mirada preguntó quiénes eran.
- Cecil Clerinell - susurró el médico.
- Cornelia.
La bárbara no habló. Simplemente velaba por Aisha, que dormía plácidamente. Cecil y Cornelia se marcharon, pues no podían hacer nada. En la puerta del Sanitario, se encontraron a un hombre envuelto en un manto verde oscuro. En cuanto se dio cuenta de la presencia de los dos, hizo una reverencia y los saludó desde la distancia.
- Buenas, señor y señora. ¿No tendrán ustedes la bondad de darme una moneda para pasar la noche bajo techo?
- No, lo siento - Contestó Cecil.
- Tenemos una oferta mejor para usted - Dijo Cornelia acercándose al hombre.
- No se acerque demasiado, si es posible. La lepra no se sabe lo que es capaz de hacer.
- Vamos a darte trabajo.
- ¿A mí? ¡Si soy leproso!
- Pero estoy segura de que vas a querer colaborar. ¿Quieres que este pueblo sea lo que fue antes del Día de la Oscuridad?
- Claro.
- ¡Entonces ya tenemos a un integrante más, Cecil!
- Le echas mucho entusiasmo, Cornelia...
El leproso no sabía lo que sucedía, pero veía en Cornelia un espíritu fuerte. Aceptó el trato de unirse al grupo cuando se lo explicaron detalladamente. Al fin y al cabo, iba a tener los gastos pagados.
- Cornelia, un equipo no se hace de ese modo...
- ¡Calla ya, Cecil! Yo sé lo que hago. Déjame hablar a mí y ya verás qué buen equipo tendremos.
Volvieron a la plaza y se dirigieron a la catedral, en lo alto del pueblo. La cuesta arriba era fatigante, pero Cecil quiso encontrarse con alguien allí. Casualmente, lo consiguió. Estaba Godfrey Falkirk, el caballero cruzado. El médico ya lo había conocido.
- ¿Un equipo para restaurar el Hamlet? Me encantaría. Sin embargo, debo consultarlo antes. Si vienes al atardecer del día siguiente, te daré una respuesta.
Cornelia suspiró y, junto al médico, volvieron a la plaza. Ya era entrada la noche y el único lugar que no descansa aparte del Sanitario es la taberna. Allí fueron a probar suerte.
El ambiente era bullicioso, pero no tanto como otras veces a horas un poco más tempranas. Sólo quedaban los verdaderos amantes de la cerveza y algunos viajeros. Cornelia miraba a todos los presentes con una mirada analítica. Cecil simplemente avisó con un gesto a Cornelia, para decirle que iba a tomar algo.
La monja encontró una espalda muy familiar. Se acercó y, cuando reconoció su cara, se alegró de verlo de nuevo.
- ¿Samuel? ¡Qué casualidad! ¿Qué tal?
- No muy bien, pero gracias por preguntar. ¿Quiénes sois?
- ¿Yo? ¡Cornelia! ¿No me recuerdas?
- ¡Ah, sí! No dijiste que tenías una hermana gemela.
- ¿Qué hermana?
- Tu hermana. Va contigo, está ahí.
- Anda que... Ya has bebido bastante. Vete a casa.
- Me tendré que terminar...
Cornelia agarró la jarra de cerveza de Samuel Dacre y se la bebió en un trago.
- Pues sí, me voy a ir a casa ya. Creo que veo alucinaciones. Imagínate que he visto a tu hermana beberse una jarra entera de un trago... Nada, nada. Buenas noches.
A Cornelia se le olvidó preguntarle a Dacre sobre el equipo que estaba formando. Tampoco iba a recibir una respuesta coherente, así que decidió dejarlo pasar. Cecil parecía encontrarse tranquilo, hasta que abrió mucho los ojos y salió corriendo hacia la puerta. Cornelia lo siguió.
- ¿¡Qué pasa Cecil!?
- ¡Aisha ha muerto!
- ¿¡Cómo!?
- ¡L-lo he notado, corre!
Clerinell y Cornelia llegaron tarde. La bárbara que velaba por ella estaba llorando sobre la cama de la envenenada. Ya se habían dado cuenta de que estaba muerta. Cornelia puso una mano sobre el hombro de la bárbara desconocida, que se movió bruscamente apartándola.
- ¿¡Quiénes son!?
- Cecil Clerinell. Hemos venido antes.
- ¿¡Y por qué vienen ahora de nuevo!?
- Nos hemos enterado de que Aisha ha muerto envenenada. Pero espere un segundo. ¿Quién es usted?
- Anya, su hermana pequeña...
Anya era muy parecida a Aisha, sólo que más pequeña. Seguía siendo una mujer, a su edad. Sin embargo, se la veía mucho más infantil que Aisha, según Clerinell la recordaba. Mientras lloraba desconsolada, Cecil se acercó y la susurró:
- Si quieres venganza, ven con nosotros y acabaremos con quienes mataron a tu hermana.
Anya se recompuso muy rápidamente. Había escuchado lo que estaba pensando: Vengarse. Le estaban ofreciendo la oportunidad y no la iba a desaprovechar. La pobre chica no sabía a lo que se enfrentaba, pero iba a por todas igualmente. Decidida, y una vez le explicaron lo de la formación del grupo, aceptó el desafío.
"¡Allá por donde pase, mi hacha cortará vuestras cabezas en nombre de mi hermana!" - Anya
domingo, 6 de marzo de 2016
La Sirena (Tributo a Darkest Dungeon #3)
- Sólo sobreviví yo. Fue la aventura que me hizo comprender que esto no era ninguna tontería. Lo recordaré hasta que llegue mi hora, seguramente. Fue en la caverna de la cala. Aún no se ha conseguido explorar al completo y limpiarla de todos esos humanoides con escamas. Sin embargo, conseguimos llegar muy lejos. Demasiado lejos para nuestras posibilidades.
A la cabeza iba Arthur Mann, "el leproso". Con su manto blanco y la máscara que ocultaba su lamentable estado, era un guerrero formidable. Él y su espada ancha formaban un gran equipo.
En la segunda posición estaba Azor. No nos dijo nunca su apellido. Ni siquiera a mí, que era su mejor amigo. Era un caballero cruzado. Los discursos que daba en los momentos difíciles para subirnos la moral eran impresionantes y siempre distintos. Eso por no mencionar sus poderosas técnicas de combate.
En el tercer lugar iba yo, Cecil Clerinell. "El médico brujo", me llamaban. Un antiguo médico de la Peste Negra que decidió, como otros muchos, ir a la aventura. El apodo surgió de una bárbara también antigua amiga mía, que me apodó así.
Y en la retaguardia iba René Benoit, un ballestero francés. No conozco mucho sobre él, pero tenía muy buena puntería.
Nosotros cuatro nos adentramos en la caverna de la cala, enfrentándonos a varias de esas monstruosidades y hombres-pez. La mayor parte de ellos caían por la fuerza bruta de Arthur y Azor. Sin embargo, eso no iba a ser suficiente para el peligro que nos encontramos al final.
Un estanque de agua brillante dentro de la caverna. Era una sala natural enorme. Nos acercamos cautelosamente y fuimos gratamente sorprendidos a primera vista. ¿Tú crees en las leyendas de los marineros?
- No sé de cuáles me hablas.
- Las sirenas. Seres cuya mitad inferior son peces y la mitad superior son una bella mujer. Existen de verdad.
Cornelia hizo un gesto de sorpresa, pero dejó que Cecil continuase su relato.
- Eso fue lo que encontramos. Era una bella mujer de piel rosada y cabellos dorados brillantes. Su mitad inferior era una cola de pez azul oscura casi negra. Nuestra alegría duró poco tiempo. Salió del estanque y comenzó a aumentar de tamaño y a deformarse. El bello cuerpo de mujer hermosa se convirtió en pocos segundos en una aberración sin ningún tipo de belleza que parecía un enorme pescado podrido. Era el doble de grande que nosotros, y su cola medía mucho más. Nos pusimos en guardia para acabar con semejante atrocidad, pero nuestro valor no fue suficiente.
Arthur estaba delante. Un golpe de la cola gigante de La Sirena lo golpeó lanzándolo contra la pared. Murió al instante. No pudo hacer nada. Azor se asustó bastante del poder que acababa de contemplar, pero intentó mantener su temple, estoy seguro. René no perdió el tiempo y disparó, acertándole en la garganta al enorme pescado. Un chillido nos estremeció, y antes de que yo pudiese hacer nada, La Sirena miró a Azor y el cruzado se volvió hacia el ballestero. Pude ver con mis propios ojos cómo uno de mis mejores amigos mataba a nuestro compañero de misión clavándole su espada en el pecho. Mi decisión inmediata fue huir. No podía hacer nada. En mi carrera hacia la salida de la caverna, escuché la voz de Azor, gritándome: "¡Aquel que quiera volver a hacer daño a mi princesa tendrá que vérselas con mi acero!"
No comprendí por qué Azor fue manipulado por La Sirena. Recordando los rumores de los marineros, estos seres eran capaces de someterlos a su voluntad por su impresionante belleza, cosa que no tenía esa criatura. Pero lo único que sé es que casi me retiro de estas exploraciones por culpa de esta experiencia.
- Debió de ser duro para tí...
- Por supuesto que lo fue.
- Pero, ¿no crees que podríamos volver a esos tiempos?
- ¿Qué me quieres decir, Cornelia?
- Que formemos un buen equipo de exploradores. Estoy harta de vivir en esta oscura villa y que nadie quiera hacer nada. No salí del convento para esto.
- No creo que nadie más se ofrezca. La noticia de que fuimos atacados por una criatura gigante semejante a una sirena y que haya habido un único superviviente no es alentadora.
- Pude encontrar a unos pocos aventureros. Fuimos al bosque a probar nuestra suerte y salió todo bastante bien.
- ¿Sigue habiendo aventureros?
- ¡Por supuesto! Si tú mismo estuviste guiando a un par de ellos junto a Shauna. ¿No te acuerdas de esas ruinas?
- Prefiero olvidarlas.
- Pues también eran aventureros quienes te acompañaban. La esperanza aún no se ha perdido, Clerinell.
- No sé...
- Hazlo para recuperar a Azor.
- ¿Qué?
- Si conseguimos reunir aventureros cualificados, podremos rescatar a tu amigo.
- No me des falsas esperanzas, Cornelia.
- Hazlo por tu nombre. "¡El médico brujo vuelve a la aventura!". Seguro que tenemos éxito. De los errores se aprende.
Cecil sonrió y asintió.
- ¿Sabes? Ya sé por qué voy a aceptar tu propuesta. No es porque busque fama o recuperar a mi amigo perdido. Lo voy a hacer por el mismo motivo que me lanzó a la aventura. Este pueblo tiene que volver a la normalidad. Gracias por recordarme que la esperanza es lo último que debe perderse, Cornelia.
- Así me gusta. ¿Vamos a ver qué encontramos esta noche?
- Acepto de buena gana, señorita.
Cecil Clerinell y Cornelia Hyde se dirigieron a la plaza del pueblo. El carromato de productos extranjeros había tomado camino hace dos días, por lo que simplemente quedaba un gran árbol seco como centro de la plaza.
- ¿Por dónde buscamos primero, Cecil?
- En el Sanitario. Quiero comprobar si sigue allí. Me siento mal por no haberla visitado antes...
A la cabeza iba Arthur Mann, "el leproso". Con su manto blanco y la máscara que ocultaba su lamentable estado, era un guerrero formidable. Él y su espada ancha formaban un gran equipo.
En la segunda posición estaba Azor. No nos dijo nunca su apellido. Ni siquiera a mí, que era su mejor amigo. Era un caballero cruzado. Los discursos que daba en los momentos difíciles para subirnos la moral eran impresionantes y siempre distintos. Eso por no mencionar sus poderosas técnicas de combate.
En el tercer lugar iba yo, Cecil Clerinell. "El médico brujo", me llamaban. Un antiguo médico de la Peste Negra que decidió, como otros muchos, ir a la aventura. El apodo surgió de una bárbara también antigua amiga mía, que me apodó así.
Y en la retaguardia iba René Benoit, un ballestero francés. No conozco mucho sobre él, pero tenía muy buena puntería.
Nosotros cuatro nos adentramos en la caverna de la cala, enfrentándonos a varias de esas monstruosidades y hombres-pez. La mayor parte de ellos caían por la fuerza bruta de Arthur y Azor. Sin embargo, eso no iba a ser suficiente para el peligro que nos encontramos al final.
Un estanque de agua brillante dentro de la caverna. Era una sala natural enorme. Nos acercamos cautelosamente y fuimos gratamente sorprendidos a primera vista. ¿Tú crees en las leyendas de los marineros?
- No sé de cuáles me hablas.
- Las sirenas. Seres cuya mitad inferior son peces y la mitad superior son una bella mujer. Existen de verdad.
Cornelia hizo un gesto de sorpresa, pero dejó que Cecil continuase su relato.
- Eso fue lo que encontramos. Era una bella mujer de piel rosada y cabellos dorados brillantes. Su mitad inferior era una cola de pez azul oscura casi negra. Nuestra alegría duró poco tiempo. Salió del estanque y comenzó a aumentar de tamaño y a deformarse. El bello cuerpo de mujer hermosa se convirtió en pocos segundos en una aberración sin ningún tipo de belleza que parecía un enorme pescado podrido. Era el doble de grande que nosotros, y su cola medía mucho más. Nos pusimos en guardia para acabar con semejante atrocidad, pero nuestro valor no fue suficiente.
Arthur estaba delante. Un golpe de la cola gigante de La Sirena lo golpeó lanzándolo contra la pared. Murió al instante. No pudo hacer nada. Azor se asustó bastante del poder que acababa de contemplar, pero intentó mantener su temple, estoy seguro. René no perdió el tiempo y disparó, acertándole en la garganta al enorme pescado. Un chillido nos estremeció, y antes de que yo pudiese hacer nada, La Sirena miró a Azor y el cruzado se volvió hacia el ballestero. Pude ver con mis propios ojos cómo uno de mis mejores amigos mataba a nuestro compañero de misión clavándole su espada en el pecho. Mi decisión inmediata fue huir. No podía hacer nada. En mi carrera hacia la salida de la caverna, escuché la voz de Azor, gritándome: "¡Aquel que quiera volver a hacer daño a mi princesa tendrá que vérselas con mi acero!"
No comprendí por qué Azor fue manipulado por La Sirena. Recordando los rumores de los marineros, estos seres eran capaces de someterlos a su voluntad por su impresionante belleza, cosa que no tenía esa criatura. Pero lo único que sé es que casi me retiro de estas exploraciones por culpa de esta experiencia.
- Debió de ser duro para tí...
- Por supuesto que lo fue.
- Pero, ¿no crees que podríamos volver a esos tiempos?
- ¿Qué me quieres decir, Cornelia?
- Que formemos un buen equipo de exploradores. Estoy harta de vivir en esta oscura villa y que nadie quiera hacer nada. No salí del convento para esto.
- No creo que nadie más se ofrezca. La noticia de que fuimos atacados por una criatura gigante semejante a una sirena y que haya habido un único superviviente no es alentadora.
- Pude encontrar a unos pocos aventureros. Fuimos al bosque a probar nuestra suerte y salió todo bastante bien.
- ¿Sigue habiendo aventureros?
- ¡Por supuesto! Si tú mismo estuviste guiando a un par de ellos junto a Shauna. ¿No te acuerdas de esas ruinas?
- Prefiero olvidarlas.
- Pues también eran aventureros quienes te acompañaban. La esperanza aún no se ha perdido, Clerinell.
- No sé...
- Hazlo para recuperar a Azor.
- ¿Qué?
- Si conseguimos reunir aventureros cualificados, podremos rescatar a tu amigo.
- No me des falsas esperanzas, Cornelia.
- Hazlo por tu nombre. "¡El médico brujo vuelve a la aventura!". Seguro que tenemos éxito. De los errores se aprende.
Cecil sonrió y asintió.
- ¿Sabes? Ya sé por qué voy a aceptar tu propuesta. No es porque busque fama o recuperar a mi amigo perdido. Lo voy a hacer por el mismo motivo que me lanzó a la aventura. Este pueblo tiene que volver a la normalidad. Gracias por recordarme que la esperanza es lo último que debe perderse, Cornelia.
- Así me gusta. ¿Vamos a ver qué encontramos esta noche?
- Acepto de buena gana, señorita.
Cecil Clerinell y Cornelia Hyde se dirigieron a la plaza del pueblo. El carromato de productos extranjeros había tomado camino hace dos días, por lo que simplemente quedaba un gran árbol seco como centro de la plaza.
- ¿Por dónde buscamos primero, Cecil?
- En el Sanitario. Quiero comprobar si sigue allí. Me siento mal por no haberla visitado antes...
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